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La vida después de la URSS: Comprar un sueño, vivir una pesadilla



Nota: El presente es un artículo escrito por Eric Draitser y publicado por el sitio en inglés de TelesurTV el día 19 de agosto de 2017. Dada la relevancia que ha recobrado en nuestro país la disputa por la significación de la URSS en una campaña por las #Elecciones2019 que aumentan su tono macartista cada día, desde AgitProp nos pareció interesante compartir una traducción de este texto que puede aportar otra mirada del panorama pos soviético. Dejamos constancia de no estar de acuerdo con todos los puntos y miradas que plantea el autor, pero nos parece un texto interesante como puntapié para profundizar el conocimiento en occidente sobre lo que ocurre en los países de la ex URSS. La traducción es nuestra, así como los errores que pueda contener la misma.

Link a la nota original: https://www.telesurtv.net/english/opinion/Life-After-the-USSR-Buying-the-Dream-Living-the-Nightmare-20160712-0009.html


La realidad de la vida en la Europa oriental pos soviética no se parece a nada de lo que fue prometido

De pie frente al Muro de Berlín en junio de 1987, el entonces presidente Reagan proclamó:

“Hay una señal que pueden hacer los soviéticos que sería inconfundible, que avanzaría dramáticamente en la causa de la libertad y la paz… General Gorbachev, si usted busca la paz, si usted busca la prosperidad de la Unión Soviética y Europa del Este; si usted busca la liberalización: venga aquí, a esta puerta Señor Gorbachev, abra esta puerta. Señor Gorbachev, derribe este muro”


A pesar de los puntos de discusión neo-liberales sobre “libertad”, “democracia” y “paz”, la realidad en la Europa oriental pos soviética no es para nada como lo que fue prometido. Considere las abstracciones empleadas por gente como Reagan quien señaló que el fin de la Unión Soviética era un evento que traería “paz y prosperidad” al mundo. Ahora considere el hecho de que ni la paz ni la prosperidad llegó al antiguo bloque soviético.

Desde la perspectiva de la guerra y la paz, nadie podría decir que el período posterior a 1991 haya sido particularmente pacífico, especialmente comparado con la relativa estabilidad de la era de la Guerra Fría. Los EEUU han expandido rápidamente a la OTAN justo hacia las puertas de Rusia, subyugaron a muchas de las antiguas repúblicas pertenecientes a la URSS (incluyendo los estados bálticos de Lituania, Letonia y Estonia), tanto así como Polonia y Georgia. En ese tiempo, la OTAN lanzó múltiples guerras en los Balcanes, incluyendo el bombardeo criminal a Yugoslavia que incurría en sí mismo una gran cantidad de crímenes de guerra, tal como concluyó Amnistía Internacional en ese entonces.

La OTAN ha intentado también atraer a Bielorrusia y Ucrania hacia el interior de su órbita, el primero continuando no-alineado, y el segundo inmerso en una guerra civil que es un producto directo del golpe de estado apoyado por los EEUU contra el ex gobierno de Viktor Yanukovich, aliado de Rusia. El gobierno alentado por los EEUU de Mikhail Saakashvili en Georgia, de matriz neo conservador, es responsable de la guerra de 2008 contra Rusia por el control de las repúblicas de Abjasia y Osetia del Sur; una guerra que fue iniciada por Georgia como aliada de la OTAN. Como un reporte independiente encargado por la Unión Europea concluía en 2009: “Una investigación de la guerra deliberada entre Rusia y Georgia el año pasado entregó una condenatoria acusación al presidente M. Saakashvili, adjudicando a Tbilisi el lanzamiento indiscriminatorio de cargas de batería sobre la ciudad de Tskhinvali que inició la guerra.”

Dejando de lado las guerras en Europa, la hegemonía occidental también trajo muerte y destrucción a Medio Oriente y África, cuyo resultado es el éxodo de refugiados quienes ahora son chivos expiatorios en países devastados económicamente en el sur y el este de Europa. Y si bien uno podría entnder los factores socioeconómicos que llevaron a una reacción antiinmigratoria, es inconfundible que el fenómeno es más un producto de las guerras que los EEUU y la OTAN llevan adelante más que otra cosa.

Y, por supuesto, el más significativo motor de la opinión pública es el estándar de vida o la calidad de vida. Incrustado en este indicador abstracto está todo, desde oportunidades de empleo, un relativo poder de compra, acceso a la educación y la salud y mucho más. Visto así, gran parte de Europa Oriental anhela los días felices de la Unión Soviética y el comunismo. No porque no tuvieran problemas –lejos de hecho, de hecho- sino porque esa clase de problemas eran muy diferentes de los que enfrentan cara a cara hoy en día.

De acuerdo con una exhaustiva encuesta realizada por una de las principales encuestadoras Gallup en 2013: “Los residentes de [11 de 13] las repúblicas que formaron parte de la URSS, tienen más del doble de probabilidades de decir que la ruptura los perjudicó (51 %) que de decir que benefició a sus países (24%).” Pensemos en estas estadísticas por un momento. Dos veces más ciudadanos de estos países piensan que la ruptura de la URSS hizo más daño que bien. Esta es una acusación devastadora para la supuesta era de libertad y prosperidad que gente como Reagan y compañía prometieron en los años que llevaron a la ruptura.

Mientras muchos apologistas neoliberales sostienen el hecho de que las generaciones más jóvenes son más positivas acerca del futuro, el hecho es que tal distorsión es que parte de tales sentimientos se debe a la posibilidad de los jóvenes de simplemente abandonar sus países de nacimiento. Economistas como Michael Hudson y Jeffrey Sommers concluyen después de estudiar la situación de Lituania:

“La austeridad neoliberal creó una pérdida demográfica que exceden las deportaciones de Stalin en la década de 1940 (aunque sin las pérdidas de vida de este último). El gobierno recorta en educación, salud y otras infraestructuras sociales básicas que amenazan con socavar el desarrollo en el largo plazo. La gente joven emigra para mejorar sus vidas antes que sufrir en una economía sin trabajo. Más del 12% de la población (y un porcentaje mucho mayor de su fuerza laboral) ahora trabaja en el exterior.”

En esencia, las políticas neoliberales de las ex repúblicas soviéticas ahora alineadas con la Unión Europea crearon una profunda crisis en casi cada aspecto de la vida social y económica. Desde la caída de las tasas de natalidad hasta una explosión en la población de huérfanos, la noción de un futuro brillante sin duda desaparece para cualquier observador. Además, el periodo pos soviético dio lugar al alzamiento de una peligrosa oleada de políticas étnicas en que los gobiernos de estos países usualmente de la mayoría étnica que está alineada con Bruselas y el Consenso de Washington, y que demoniza a las minorías étnicas, y especialmente a los rusos.

De hecho, la debacle económica y sus inevitables efectos en la sociedad se han visto en casi todos los países que conformaron el bloque soviético. En Rumania, por ejemplo, un país que se unió a la Unión Europea en 2007, “los más prósperos distritos están salpicados por docenas de proyectos inmobiliarios sin terminar abandonados por desarrolladores en bancarrota. El pequeño círculo interior de prosperidad está rodeado por áreas de la ciudad de 3 millones de habitantes que apenas están modificadas desde la ruinosa era de Ceausescu”.

Y este es un país que recibió un rescate del FMI similar al albatros que se cierne alrededor del cuello de Grecia. Rumania ha experimentado una austeridad impuesta por los neoliberales que ha reducido el salario del sector público, un aumento masivo en los impuestos a las ventas, y el recorte de los servicios sociales como fondos de desempleo, de maternidad y por discapacidad, Una imagen similar existe en casi todos los países del sur y el este de Europa, así como en Alemania mismo donde millones añoran los días de la DDR (Alemania del Este) antes de que incontables profesionales y académicos alemanes quedaran sin empleos ni ayudas sociales.

La sorprendente desigualdad adquisitiva y tensiones étnicas pueden haber traído un sentimiento del estilo de vida americano a Europa del Este, pero claramente no es lo que la población esperaba. A esto se añade el auge de los partidos de la ultra-derecha fascista que aprovechan las dificultades económicas y el completo fracaso que la izquierda tiene para enfrentar el consenso neoliberal, y que no debería convertirse en una sorpresa que hoy Europa Oriental enfrente un momento histórico muy peligroso, uno que podría tener gran impacto para su futuro en el largo plazo.

Por eso, tampoco es sorpresivo el hecho de que para una significativa parte de la población de los las antiguas repúblicas soviéticas miren con anhelo los días previos a la caída de la Unión Soviética. Ellos recuerdan todas las dificultades: la falta de bienes de consumo, el estado policial, y más. Pero también recuerdan el mes de vacaciones en familia durante el verano, el empleo garantizado y el ingreso económico, la salud y educación gratuita y universal, etc. Estos eran aspectos de la vida en la Unión Soviética que fueron sistemáticamente borrados por la narrativa impuesta por occidente, donde el capitalismo reina y debe permanecer sin desafiantes, como si fuese la palabra del mismo Dios.

Pero no, el capitalismo no es la cura para todas los males de la vida. El capitalismo occidental (neoliberalismo) impuso sobre la población de Europa del Este un nuevo tipo de dificultades en los años desde la caída de la Unión Soviética. Los bienes de consumo ya no están restringidos por un imponente aparato estatal, ahora están disponibles para todos los que puedan pagarlos; desafortunadamente la gran mayoría de la población no puede.

En vez de ello, deben trabajar mucho más por menos salario con las esperanzas de que sus hijos no necesiten emigrar en busca de mejores oportunidades. Esa es la realidad del sueño americano en la Europa pos soviética.

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